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Lo que me ha enseñado Lucía

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Lucía, nuestro pequeño gusanito de luz está a punto de cumplir ocho meses y yo aún no salgo de mi asombro ¿Cómo pueden un par de células enamoradas desarrollarse hasta convertirse en un ser humano hecho y derecho? En fin, no me enredo en reflexiones filosóficas y voy al grano. En estos ocho meses he aprendido mucho, muchísimo, y no hablo solo de las mejores posturas para hacer eruptar a un bebé o cómo hacer que salgan las manchas de plátano de las camisetas.

He aquí una lista de las cosas más importantes que me ha enseñado Lucía desde que llegó a mi vida:

  • A vivir un día a la vez
  • A improvisar más y planificar menos. (Total los planes con un bebé sirven para muy poco).
  • Lo interesantes que son las hojas de los árboles movidas por el viento.
  • A cantar más, a cualquier hora del día y en cualquier lugar.
  • A hablar con extraños. (Parece ser que cuando tienes un bebé en brazos las convenciones sociales se modifican).
  • A recordar lo increíble que es el cuerpo humano: dedos, manos, ojos, cabello, piel.
  • A perder mucha, pero mucha vergüenza.
  • A ser más selectiva con lo que veo en la televisión. (El tiempo libre no está como para desperdiciarlo.
  • A usar más la mano izquierda (ahora soy como Rafa Nadal)
  • A estar más en contacto con la madre tierra. (Me paso el día arrastrándome por el suelo y gateando)
  • A hacerme un poco más amiga de los perros y de los gatos.
  • A no tenerle tanto miedo a los germenes.
  • A contemplar en admiración las cosas más triviales: el agua, el papel, los cierres de las sudaderas, las etiquetas.
  • A darme cuenta de que…
    – Dormir, comer y jugar son igual de importantes. A decir verdad, son lo único importante.
    – Todos los bebés del mundo se parecen, y sin embargo cada bebé es único.
    – Todos los clichés sobre el amor maternal, son ciertos y sí, le debemos mucho a nuestras madres.

Tango para dos

Pongamos que me he enamorado locamente. Pongamos que voy con mi psicólogo de confianza y le cuento… que desde hace tres meses que conocí a esta persona, no duermo ni como bien; casi no veo a mis amigos, pienso en ella constantemente y me paso el día intentando hacerla feliz. Por supuesto mi psicólogo me dirá que abandone inmediatamente esa relación obsesiva y autodestructiva, y tendrá razón. Mi relación sería una relación patológica de manual, si no fuera porque la persona en cuestión, es mi hija.

Desde que llegó a mi vida, con la primavera australiana, mi pequeña luciérnaga ocupa gran parte de mis pensamientos, y casi todo mi tiempo. Durante los primeros meses al menos, es inevitable, las madres tenemos que hacer a un lado nuestras necesidades físicas y emocionales, para volcarnos en ese pequeño ser que necesita de nuestra ayuda para sobrevivir.

Así pues, querámoslo o no, una relación madre-hija, es en sus inicios una relación de dependencia, en la que uno de los implicados (sobra decir que es el adulto) da “desinteresadamente” su tiempo, su energía, y su atención, sin recibir nada, o poca cosa a cambio. Hay quienes pueden alegar que los niños lo pagan todo con una sonrisa, pero la verdad de las cosas es que solo para compensar seis horas de contracciones, ya tendría que pasarse sonriendo el resto de la vida.

¿Cómo entonces lograr transitar sin tanto drama de aquí donde estamos ahora, a una relación madura, independiente y positiva que nos haga crecer a las dos y en definitiva, ser más felices y plenas como personas? Complicado ¿eh? Este dilema me ha inundado desde que supe que iba a ser madre. Porque si hay algo que no me cuadra nada es esa estampa de madre abnegada y sacrificada que lo da todo por sus hijos, simplemente porque no creo que ese sacrificio sea honesto y desinteresado, sino que normalmente viene como un préstamo con intereses altísimos, que no se termina de pagar nunca; y porque yo no he traído una niña al mundo para sufrir.

Por otra parte, el verdadero problema está en que el sacrificio es real e ineludible, es verdad que uno lo da todo por ellos y aguanta dolores indescriptibles y desveladas continuas y acumulables, y vomitonas en sus blusas favoritas, porque viene con el paquete. Así que, en un intento por huir del molde de la madre del “10 de mayo”* al que tanto le temo, pero al mismo tiempo entender la transformación real y profundísima que viene con los niños, como los panes debajo del brazo, he pensado lo siguiente.

photo by: http://www.leeq.com/baby-tango-23054/

photo by: http://www.leeq.com/baby-tango-23054/

Estas son mis cuatro reflexiones sobre la maternidad, a ritmo de tango …

1. La cumparsita

Nunca he creído en eso del amor a primera vista, nunca lo he experimentado en carne propia, y con mi hija, tampoco. Ese momento mágico que muchas mamás describen, cuando te ponen al bebé sobre el pecho y deja de llorar y comienzas a sentir un amor infinito y desbordado, no ocurrió conmigo. Lo nuestro ha sido más una relación que se ha ido cocinando a fuego lento, con miradas nocturnas, sonrisas de medio lado y muchas, muchas horas de intimidad. Creo que para mí la primera revelación vino al darme cuenta de que esa criatura tan chiquitita tenía ya desde el día uno su propia personalidad y que intentar comprenderla cuanto antes iba a ser clave para nuestro futuro. Que esto era un “tango para dos” y no un “ella baila sola”.

2. Culpa mía

Con un bebé es difícil no tomárselo todo personal, pero poco a poco uno se da cuenta de que ese pequeño ser humano tiene vida propia, en toda la extensión de la palabra, y que sus manifestaciones no siempre tienen que ver con lo que uno hace o deja de hacer. Como cuando descubrimos que esa sonrisa hermosa de por las mañanas no era una muestra de felicidad y complicidad, sino el preámbulo de una sonora cagalera. O que el hecho de evadir nuestras miradas y llorar desesperadamente no significaba estoy harta de ti y ya no te quiero ver, sino estoy agotada y necesito dormir. Pero como humanos estamos tan acostumbrados a interpretar lo que el otro hace como una muestra de amor o desprecio hacia nuestra persona, que a veces pasamos por alto las verdaderas motivaciones y necesidades del otro.

3. Milonga de mis amores

Que no hablemos aún el mismo lenguaje, no significa que ella no tenga nada que decir. Como en cualquier relación, el código no verbal es fundamental para entender a la otra persona. Las señales son sutiles y cambiantes, pero con un poco de paciencia uno va aprendiendo a descifrarlas, y es fundamental hacerlo, porque en una relación no hay nada peor que ignorar las necesidades del otro.

4. Volver

Quizás una de las cosas más difíciles de entender para una mamá primeriza como yo, es que esa pequeña criatura que tanto necesita de mí, también necesite a veces estar sin mí. Es un hecho que los bebés también se cansan de verte la cara todo el santo día, que necesitan su espacio para pensar en sus cosas, descubrirse los dedos de los pies o simple, y sencillamente, mirar a la pared por un largo rato. Descubrir esto significó un alivio para mí y una oportunidad para utilizar ese tiempo libre en otras cosas. Aunque, como en cualquier relación lograr el equilibrio entre amor y libertad, no es tarea fácil, pero estamos trabajando en ello.

 

* El 10 de mayo es el día de las madres en México. Generalmente se celebra con odas a la madre sacrificada y perfecta que nos crió.

Oda (razonada) a la bici

Recuerdo esos días en que andar en bici era de pobres, gente que no tenía para comprarse un coche o quizá ni siquiera para pagar el camión (bus) y se veía obligada a usar sus extremidades inferiores para desplazarse, sin más gasolina que una lata de cocacola y sin más accesorio que, en algunos casos y por necesidades comerciales, una carretilla o carrito, a saber, de… helados, elotes, tejuino, herramientas de jardinería, afiladores o lo que correspondiera a su humilde profesión. De esos tiempos de los que hablo, probablemente de un poco antes, proviene el término «pueblo bicicletero» que tan alegremente se usa en México para aludir, por supuesto de forma despectiva, a las poblaciones, generalmente pequeñas en las que la bici es el principal medio de transporte.

En esta ciudad en la que habito ahora, llamada Cambridge, tan llena de gente eminente, de profesores togueados, de futuros genios y distinguidas damas, andar en bici es una cosa de mucho caché. Hombres trajeados, mujeres emperifolladas, chicas con minifalda, tacones y sombreros y canastitas con flores, además de deportistas con los equipos más modernos, pasean por la ciudad en unas bicicletas hermosas con todos los aditamentos que puedan ser necesarios, o no tan necesarios.

Ya me venía dando cuenta desde hace algún tiempo de que lo de andar en bici está de moda, no es de extrañar, es un medio de transporte que representa muchos de los valores buscados en nuestra generación, y aunque a veces me da la impresión de que la actitud pro-ciclista raya en el esnobismo, también pienso que ojalá todos los esnobismos fueran así de útiles y benignos.

Por otra parte, y pese a lo muy desarrollada y modernizada que pueda estar la industria bicicletera, hay algunas cosas con las que un ciclista debe aprender a convivir y que son la parte menos romántica de esta historia de amor. Concretamente en Cambridge, desde que yo me uní a las ordas ciclistas hace algunos meses he encontrado lo siguiente:

 

La lluvia.
No importa cuanta ropa impermeable tengas, la lluvia es el gran enemigo del ciclista. Por no hablar de la nieve que hasta ahora no he tenido el disgusto de conocer en estas circunstancias.

Los mosquitos y otros bichos.
Dicen que puedes distinguir a un ciclista feliz porque sus dientes están llenos de mosquitos. Hasta allí bien, porque los puedes escupir, pero los muy desgraciados se meten también en la nariz y en los ojos y eso sí que es una cabronada.

Los motociclistas que se creen ciclistas.
Una moto es de lo más peligroso para una bici porque va por los mismos lugares que ésta pero a muchísima más velocidad.

Los peatones que se creen ciclistas
… y van por el carril bici

Los peatones que se creen vacas
…. y van por la calle y no se quitan aunque les pites

El viento
Especialmente en esta Isla el viento muchas veces es un incordio y cuando vas en la bici, vayas hacia donde vayas se las arregla siempre para darte de frente. Diooos aquí se comprueba la fuerza de la resistencia que mi profe de física pretendía enseñarme en la prepa.

Los reductores de velocidad.
No se a qué psicópata asesino se le ocurrió el diseño de estos reductores de velocidad o lo que asñ%$·Q»%$$ sean, pero mi primera caída en bici fue en uno de éstos y creo que no soy la única porque justo el día que fui a tomar la foto este niño salía volando por los aires.

Los escaparates.
Es un peligro para mi integridad física andar en bici por el centro de la ciudad. Allí donde hay un escaparate hay una probabilidad de accidente para una mujer (siento la generalización, chicas).

Perderse.
Para una desorientada nata y crónica como yo andar en bicicleta es una forma de perderse mucho más rápidamente y de recorrer distancias que a pie nunca haría, pero sin GPS, lo que quiere decir que un día de estos sin saberlo me salgo de La Isla.

Los pedestrian
Y por último una cosa que intento recordar siempre y que creo que a veces se nos olvida cuando nos subimos a nuestras dos ruedas es que todos, antes que ciclistas somos peatones, y que no podemos ir por las calles, aceras y parques como si fuéramos un ser superior solo porque vamos sobre ruedas.

La Mudanza

Este lindo caracol con su casa a cuestas es cortesía de: kukudrulu from flickr

Podría haber titulado este post: «Cambiando de Casa» que es como diríamos en México, pero la palabra mudanza describe más cercanamente esta sensación como de serpiente que se desprende de su piel alegre, pero dolorosamente.

La diferencia entre cambiarse de casa y mudarse está muy clara para mí. Yo me he cambiado de casa por lo menos 10 veces desde que tengo conciencia, 2 de las cuales cambié también de ciudad y una más de país y contienente; pero esta es realmente mi primera mudanza. Es la primera vez que soy responsable, dueña y señora (junto con mi marido, claro, a partes iguales, por bienes mancomunados) pero al fin y al cabo dueña de todo el contenido de una vivienda, desde la cama hasta el pelapapas y la escobilla de labar el baño.

Pues bien, para mudarse físicamente, hace falta también hacer un gran cambio mental. Para mí este cambio tiene 4 claras etapas, que describo a continuación:

Etapa 1: El doloroso desprendimiento

… o lo que es igual: Todo sirve … o…. ¡Pero cómo voy a tirar esto!

Sucede cuando comienzas a empaquetar las cosas y te das cuenta de lo apegado que puedes estar a las maś grandes y pequeñas tonterías. Este sentimiento, heredado de nuestros antepasados sedentarios, viene de aquella época en que los muebles de roble y la cubertería de plata pasaban de generación en generación, a veces incluso grabados con las iniciales de la familia. Ahora ya nadie (o casi nadie) hereda nada, pero el sentimiento persiste hasta nuestros días, hasta esta era de IKEA y made in China en que, sin embargo, cuesta más transportar un plato que comprarlo nuevo.

Pero a esta fuerza conservadora que es más grande o maś pequeña según también la personalidad de cada uno, se opone otra fuerza derrochadora, proveniente de nuestra cada vez más fehaciente condición de nómadas. La famosa obsolescencia programada nos trae a la conciencia que no vale la pena conservar y mucho menos transportar las cosas que tienen un tiempo de vida tan corto, cosas que tienen «la hora marcada»…. es así como comienza la ….

Etapa 2: La toma de conciencia: ¿Qué hacemos con todo esto?

Después de dos días de clasificar, empaquetar, limpiar y embalar cachivaches comienzas a relativizar el valor de todo. Te das cuenta de que tienes muchas más cosas de las que pensabas, que hagas lo que hagas no puedes llevártelas porque Inglaterra es una Isla y eso tiene sus serias dificultades logísticas. Con nuestra querida Ryanair puedes llevar dos maletas de 15 y 20kg. c/u. (ni un kilo más) a razón de una Libra el kilo, pero desgraciada o afortunadamente, el total de mis pertenencias haciende a más de 35 kilos. Entonces comienza la operación VRT — Vender, Regalar, Tirar …. he aquí nuestra web de venta de cochera.

Etapa 3: El reacomodo.

Las cosas que lograste enviar con tanto esfuerzo y dinero no combinan absolutamente nada con tu casa nueva…. normal, qué tendrá que ver una moderna y austera casa Getafeña con una Victorian House Cambridgense (perdónoseme el gentilicio inventado). ¿Y ahora… qué diablos hago con las cortinas moradas?

Etapa 4: Vuelta a empezar.

Sí, somos nómadas, no tenemos casa propia y probalbemente no la tengamos en algún tiempo, pero la necesidad de comprar y acumular cosas aún es muy poderosa en nosotros, somos como ardillas preparándonos para la llegada del invierno  (reconozco que esta actitud es más predominante en las mujeres) así que, cuando menos acuerdas ya estás otra vez lleno de muebles de Ikea y sólo te das cuenta de tu grado de consumismo cuando ves una habitación de la casa llena de arriba a abajo de cartones y desperdicios de embalaje. y entonces piensas: soy un homus consumus pero… Joder! Que bonito sofá tengo!

Odio la rutina. Adoro las costumbres.

Es un hecho consumado que los desempleados siempre nos despertamos tarde.

Salvo algunas escasas y honrosísimas excepciones, cuando uno pasa de la vida laboral al paro, los músculos se relajan de forma abrupta e inmediata y resulta realmente difícil sacar el cuerpo de la cama por las mañanas.

Yo personalmente, declaro tener una fuerza de voluntad semejante a la de un oso perezoso. No es que no tenga ideas y cosas a las que puedo dedicar mi tiempo, es que vencer la fuerza de gravedad que tira del cuerpo hacia su posición horizontal -y de ser posible fetal- requiere de muchos trucos, trampas y a veces drogas -en mi caso todas legales y hasta donde sé benignas-.

Me encanta descubrir estas similitudes con el reino animal. Por ejemplo, en este caso, los osos perezosos necesitan  una rama, un palo al que hacirse, les es imposible desplazarse sin este apoyo. Si se ven obligados a hacerlo, se arrastran lastimosamente, a una lentitud tan exasperante para los espectadores como peligrosa para ellos mismos. Tengo la sensación de que algo muy similar nos pasa a los humanos en la vida moderna, necesitamos de horarios, jefes, compromisos y obligaciones a las que agarrarnos para salir de la cama.

Por qué será que siempre nos estamos quejando de la tiranía de la vida laboral que no nos deja espacio para nada más y luego cuando tenemos horas y horas de tiempo libre somos incapaces de administrarlas efectivamente.  La cantidad de cosas que podríamos hacer  pero… ¿cómo?, ¿por dónde empezar?, ¿de qué rama nos agarramos para no arrastrarnos de esa forma tan desesperanzadora por los días inhábiles mientras llega el siguiente trabajo que nos esclavizará la vida y nos quitará toda posiblidad de ocio sano y constructivo?

Por sus «politonos» les conoceréis

Ayer viernes fue mi último día de trabajo en una «prestigiosa empresa de transportes, líder en su sector» (a decir de la oferta de trabajo con la que ingresé) ampliamente desconocida y ubicada en el polígono industrial de Coslada (a decir de la que escribe), que partiendo de mi casa en Getafe quedaba más o menos a una hora y media de camino en transporte público: Un tren – otro tren – un autobús y el último trozo caminando.

Pues bien, tres horas diarias de camino durante año y medio dan para muchas historias, muchos trenes, muchas personas, muchos libros, muchos etcéteras. Pero haciendo un recuento de estos trayectos, lo más memorable quizá sea esa extraña relación que he forjado con una decena de desconocidos que me han acompañado en este viaje todas las mañanas.

Estación de Atocha, Madrid

Estación de Atocha, Madrid

Uno se levanta todos los días a la misma hora y toma el mismo tren a las ocho menos cuarto de la mañana. Uno se coloca estratégicamente en la mancha del suelo que indica el lugar exacto en el que se abrirá la puerta del exacto vagón que ha de parar exactamente junto a la escalera de la estación de atocha, porque exactamente a las ocho y diez debe subir las escaleras y cruzar al andén de la vía 3 para tomar el siguiente tren exactamente a las ocho y cuarto.  No hay un segundo que perder, porque si no todas las conexiones se van al traste y termino perdiendo el autobús del polígono que solo pasa cada media hora.

Pero no estoy sola en este recorrido, somos muchos los que medimos los pasos, buscamos la puerta indicada, conocemos los asientos correctos y por qué lado se abren las puertas en cada estación. Entre nosotros nos conocemos, nos examinamos con una velocísima mirada, y como si fuéramos parte de una hermandad secreta pasamos de lado viéndonos a medias, haciendo a veces un imperceptible gesto de reconocimiento, pero nunca, nunca, nos saludamos.

Esta especie de convivencia pasiva me tiene intrigada. Porque he visto a esta gente un día tras otro. Los he visto cabecear, quedarse dormidos con la boca abierta, los he visto leer libros interesantes y periódicos gratuitos, los he visto enfermos, he oído la música que escapa de sus audífonos, los he visto desayunando plátanos y galletas, los he visto incluso sacándose los mocos y ellos me han visto a mi haciendo todo eso también. (no voy a negar lo de los mocos siquiera). ¿Podría decir que les conozco? ¿Podrían decir ellos que me conocen a mi? No lo se, en cierta forma creo que sí, la cuestión es que no se en qué forma y eso es lo que me tiene intrigada.

Cuando viajan en grupo es más sencillo, porque entonces las conversaciones te dan pistas sobre la vida y obra de cada uno, pero normalmente huyo de estos grupos porque son demasiado ruidosos para mi atontada y desmañanada cabeza. Prefiero la convivencia pacífica, desinteresada y contemplativa de los que  nos vemos y nos ignoramos cada mañana, solo interrumpida de vez en cuando por algún politono mañanero que te da una nueva pista sobre la identidad secreta de esos individuos con los que compartes aire, espacio y tiempo. Los individuos con los que te apretujas a veces, incluso te tropiezas, pero nunca, nunca les diriges la palabra.

Adiós queridos desconocidos, a partir del próximo lunes tomaré otro tren y quién sabe si nos volveremos a ver.

El piropo mañanero

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Esta increible foto: «American Girl in Italy» de Ruth Orkin, ilustra a la perfección el espíritu de un piropo mañanero

El piropo es una especie de poesía corta que los hombres suelen lanzar al vuelo en un encuentro casual y casi instantáneo con una mujer, y su entorno natural es la calle. Aunque puede ser que alguna vez una mujer, también se atreva a lanzar un piropo a un hombre, yo voy a hablar del primer caso por ser el más común y el que más llama mi atención.

Me atrevo a decir que prácticamente todas las mujeres, guapas o feas, gordas o flacas, provocativas o reservadas, hemos recibido por lo menos una vez en la vida un piropo callejero. Algunos refinados y empalagosos, como ese de… “qué está pasando en el cielo que los ángeles están cayendo”; otros vulgares y groseros, como el famoso “güera, güera, si me muero quien te encuera” típico capitalino. Pero todos provocan una reacción en la destinataria.

¿Qué es lo que motiva a los hombres a “echar” un piropo a una desconocida? No tengo ni idea. Pero hay individuos que han hecho de esta forma de expresión todo un arte.

Sabemos que hay algunos gremios que se distinguen por su prolífica producción de piropos, como los cargadores o los obreros; (que por cierto uno no se explica cómo pueden catalogar si una mujer merece ser piropeada, simplemente con verla pasar a una distancia de diez metros desde el quinto piso de la construcción), de modo que si uno necesita un poco de autoafirmación puede darse una vuelta por los mercados de abastos o los edificios en construcción.

Desgraciadamente, últimamente solo escucho piropos repetidos y poco novedosos. De modo que me sorprendió gratamente un hombre desconocido al que no le ví la cara, que muy tempranito por la mañana mientras caminaba cruzando el polígono industrial donde trabajo, dijo entusiasmado desde el otro lado de la reja de su nave industrial: “Merece la pena madrugar para ver estas cosas tan bonitas” Y yo, que me levanto todos los días a las 6.30 de la mañana, tomé eso como el mejor de los halagos.

Señores y señoras, desde aquí lanzo una atenta invitación para recuperar la tradición del piropo sano y desinteresado. Si somos capaces de gritar una grosería a alguien por la calle, con un poquito de esfuerzo podríamos gritarle también un piropo bien dicho.

P.D. Se aceptan piropos y sugerencias.

Mesereando

Acabo de renunciar a mi trabajo de mesera y recapitulando, tengo que confesar que después de todo lo que renegé, al final terminé tomándole cariño al lugar y a los compañeros.

Sobre todo, haciendo un análisis retrospectivo me doy cuenta de que aprendí mucho, pero más que aprender sobre vinos, platos y platillos, aprendí sobre las personas porque, no se si ustedes se han dado cuenta pero los restaurantes son como los consultorios psicoanalíticos, lugares donde la gente habla de sus cosas y se desinhibe, olvidando por un rato que puede haber algún mesero chismoso, o simplemente un mesero que pasa por allí y escucha sus conversaciones. En esto solo nos superan quizá los del gremio de la estética y la peluquería, pero la diferencia es que por mucho que se nos suelte la lengua mientras nos cortan el pelo, por lo general se habla allí de trivialidades y no hay, como en los restaurantes, confesiones entre amigos o pláticas de negocios.

Así me he podido enterar de toda clase de intimidades que no me importaban pero que encontré bastante ilustrativas de la flora y fauna que habita la región. Cosas, que no voy a ventilar aquí por más que se me antoje, noooo señores, porque uno tiene una ética profesional regida por el código de privacidad de meseros y no puede así como así decir lo que se dice en esas mesas llenas de señoras, señoritas, señoronas y señores.

Pero lo que si voy a hacer es un llamamiento general a la conciencia de los comensales: ¡señores!, cuando vayan a un restaurante, hagan el favor de NO PREGUNTAR AL MESERO(A): «Oiga, ¿Qué tal está el pescado de alta mar con caviar de beluga embarazada? » porque creánme, a los meseros no nos alimentan con caviar, ni con entrecot, ni siquiera con fetuchini alfredo, ni con ninguna de esas exquisiteses que aparecen en la carta, así que no tenemos NI PU…TA IDEA de a qué saben… haaaa y una cosita más, cuando pregunten a un mesero «¿y… ésto está bueno?, no esperarán que les conteste que no ¿verdad?.

Y por último, solo recuerden que, una sonrisa vale más que mil palabras, pero una propina vale más que mil sonrisas.

karen en el nacan

Esta es Karen, mi compañera de trabajo acomodando platos antes del servicio 😉

Después de atole

Después de atole como diría mi abuela, o después de un largo mes y cuatro días de ausencia (justificada porque se me cayó el servidor) hoy por fin vuelvo a escribir mi blog. Es una laśtima que los haya dejado aquí tirados, tanto tiempo sin noticias, o tal vez lo que debería decir es que es una lástima que me haya quedado sin mis lectores virtuales, que por ser virtuales son una esperanza, ya que no estoy muy segura si me leen o si solo entran a mi página por la foto del pastel de chocolate, la copian y salen corriendo para pegarla en su tarea de nutrición. Pero la esperanza sigue allí, y mi ego seguirá subiendo de vez en vez a este escenario con lucesitas para hablar desde aquí a las multitudes anónimas de la red.
Mejor, así, ordeno un poco mis palabras porque de otra forma las ando dejando tiradas por la calle o apachurradas en los cuadernos de pasta gruesa.

RESUMIENDO: Que ya pueden leerme de nuevo… y lo que es mejor, ya puedo escribirme de nuevo.

El Síndrome de Diógenes o «El Perfume» de los vecinos

Es una cosa impresionante, abro la puerta de mi casa y de inmediato el tufo concentrado de los olores acumulados durante la noche me da de golpe en la cara, no se si con el tiempo me llegaré a acostumbrar al “perfume de los vecinos”. El hedor viene da la casa que queda justo debajo de la nuestra, allí viven un par de viejecitos literalmente en la basura, pero no es solo que no hagan la limpieza de la casa (esa yo tampoco la hago jajaja) es que recogen basura de la calle y la llevan a su cubil para acumularla allí. ¿Pueden creerlo?, nosotros no lo creíamos tampoco al principio pero resulta que este fenómeno se ha puesto de moda, por lo menos acá en el viejo continente, la causante es una enfermedad mental llamada “Síndrome de Diógenes” que ataca principalmente a las personas mayores y consiste en una sensación de pobreza extrema e injustificada que obliga las personas a acumular cosas inservibles, y en algunos casos a recogerlas incluso de los basureros de la calle. Al mismo tiempo pueden llegar a acumular grandes cantidades de dinero, cosa lógica puesto que viven de la basura y descuidan también su persona así que no necesitan comprar shampoos, cremas, ni todos esos artículos de tocador que son tan caros. En fin, no deja de ser una cosa muy triste que haya personas que vivan en la basura, ya sea por necesidad real o mental.

Dato cultural: El síndrome de Diógenes fue bautizado así en 1975, en referencia a Diógenes de Sínope, un filósofo de la época de Aristóteles famoso por preconizar un modo de vida austero y renunciar a todo tipo de comodidades.

Abajo, una fotografía de El Chivo de “Amores Perros” una muestra de esta triste enfermedad. Por otro lado una niña rescatando una muñeca que otra niña tiró y un niño aplastando latas.

 

basura

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