Pongamos que me he enamorado locamente. Pongamos que voy con mi psicólogo de confianza y le cuento… que desde hace tres meses que conocí a esta persona, no duermo ni como bien; casi no veo a mis amigos, pienso en ella constantemente y me paso el día intentando hacerla feliz. Por supuesto mi psicólogo me dirá que abandone inmediatamente esa relación obsesiva y autodestructiva, y tendrá razón. Mi relación sería una relación patológica de manual, si no fuera porque la persona en cuestión, es mi hija.
Desde que llegó a mi vida, con la primavera australiana, mi pequeña luciérnaga ocupa gran parte de mis pensamientos, y casi todo mi tiempo. Durante los primeros meses al menos, es inevitable, las madres tenemos que hacer a un lado nuestras necesidades físicas y emocionales, para volcarnos en ese pequeño ser que necesita de nuestra ayuda para sobrevivir.
Así pues, querámoslo o no, una relación madre-hija, es en sus inicios una relación de dependencia, en la que uno de los implicados (sobra decir que es el adulto) da “desinteresadamente” su tiempo, su energía, y su atención, sin recibir nada, o poca cosa a cambio. Hay quienes pueden alegar que los niños lo pagan todo con una sonrisa, pero la verdad de las cosas es que solo para compensar seis horas de contracciones, ya tendría que pasarse sonriendo el resto de la vida.
¿Cómo entonces lograr transitar sin tanto drama de aquí donde estamos ahora, a una relación madura, independiente y positiva que nos haga crecer a las dos y en definitiva, ser más felices y plenas como personas? Complicado ¿eh? Este dilema me ha inundado desde que supe que iba a ser madre. Porque si hay algo que no me cuadra nada es esa estampa de madre abnegada y sacrificada que lo da todo por sus hijos, simplemente porque no creo que ese sacrificio sea honesto y desinteresado, sino que normalmente viene como un préstamo con intereses altísimos, que no se termina de pagar nunca; y porque yo no he traído una niña al mundo para sufrir.
Por otra parte, el verdadero problema está en que el sacrificio es real e ineludible, es verdad que uno lo da todo por ellos y aguanta dolores indescriptibles y desveladas continuas y acumulables, y vomitonas en sus blusas favoritas, porque viene con el paquete. Así que, en un intento por huir del molde de la madre del “10 de mayo”* al que tanto le temo, pero al mismo tiempo entender la transformación real y profundísima que viene con los niños, como los panes debajo del brazo, he pensado lo siguiente.
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Estas son mis cuatro reflexiones sobre la maternidad, a ritmo de tango …
1. La cumparsita
Nunca he creído en eso del amor a primera vista, nunca lo he experimentado en carne propia, y con mi hija, tampoco. Ese momento mágico que muchas mamás describen, cuando te ponen al bebé sobre el pecho y deja de llorar y comienzas a sentir un amor infinito y desbordado, no ocurrió conmigo. Lo nuestro ha sido más una relación que se ha ido cocinando a fuego lento, con miradas nocturnas, sonrisas de medio lado y muchas, muchas horas de intimidad. Creo que para mí la primera revelación vino al darme cuenta de que esa criatura tan chiquitita tenía ya desde el día uno su propia personalidad y que intentar comprenderla cuanto antes iba a ser clave para nuestro futuro. Que esto era un “tango para dos” y no un “ella baila sola”.
2. Culpa mía
Con un bebé es difícil no tomárselo todo personal, pero poco a poco uno se da cuenta de que ese pequeño ser humano tiene vida propia, en toda la extensión de la palabra, y que sus manifestaciones no siempre tienen que ver con lo que uno hace o deja de hacer. Como cuando descubrimos que esa sonrisa hermosa de por las mañanas no era una muestra de felicidad y complicidad, sino el preámbulo de una sonora cagalera. O que el hecho de evadir nuestras miradas y llorar desesperadamente no significaba estoy harta de ti y ya no te quiero ver, sino estoy agotada y necesito dormir. Pero como humanos estamos tan acostumbrados a interpretar lo que el otro hace como una muestra de amor o desprecio hacia nuestra persona, que a veces pasamos por alto las verdaderas motivaciones y necesidades del otro.
3. Milonga de mis amores
Que no hablemos aún el mismo lenguaje, no significa que ella no tenga nada que decir. Como en cualquier relación, el código no verbal es fundamental para entender a la otra persona. Las señales son sutiles y cambiantes, pero con un poco de paciencia uno va aprendiendo a descifrarlas, y es fundamental hacerlo, porque en una relación no hay nada peor que ignorar las necesidades del otro.
4. Volver
Quizás una de las cosas más difíciles de entender para una mamá primeriza como yo, es que esa pequeña criatura que tanto necesita de mí, también necesite a veces estar sin mí. Es un hecho que los bebés también se cansan de verte la cara todo el santo día, que necesitan su espacio para pensar en sus cosas, descubrirse los dedos de los pies o simple, y sencillamente, mirar a la pared por un largo rato. Descubrir esto significó un alivio para mí y una oportunidad para utilizar ese tiempo libre en otras cosas. Aunque, como en cualquier relación lograr el equilibrio entre amor y libertad, no es tarea fácil, pero estamos trabajando en ello.
* El 10 de mayo es el día de las madres en México. Generalmente se celebra con odas a la madre sacrificada y perfecta que nos crió.