La muerte de la muerte

Cada uno de los seis años que he pasado fuera de México he recordado con cariño y melancolía el día de muertos. Cada noviembre me digo que me encantaría estar allí. Me vienen a la mente…  los altares con las fotos de los abuelos, el sabor del chocolate y el pan de muerto (que por si alguien se lo pregunta, no, no está hecho de muerto sino de harina, azúcar, naranja y canela), el olor de las velas y las flores de Cempazúchitl, los colores del aserrín tintado, el movimiento de los cordones llenos de papel de china picado, la imagen de la fruta ofrendada en los platos de barro y una calaverita de azúcar con mi nombre y el de mis seres queridos.

Pequeño altar de muertos de Aranza 3

En resumen, es la imagen de una muerte rica y dulce que después de llevarnos nos da permiso de volver cada día 2 de noviembre a comer y festejar con aquellos que nos recuerdan. ¿Puede haber una muerte más benigna que ésta, nuestra muerte mexicana que se viste de colores, se pinta los labios de hueso y usa sombrero ancho para protegerse la piel? ¿Puede haber algo mejor que esta muerte que nos permite jugar con ella, caricaturizarla, hacerle bromas y hablarle de tu a tu como si fuera una cualquiera?

“Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central" de Diego Rivera. Foto de Conchita Cisneros

A pesar de su deterioro a través de los años (ya tengo una edad para poder decir…. «cuando yo era joven el día de muertos era una cosa muy bella que la gente se tomaba muy en serio») el día de muertos sigue siendo una gran fiesta para muchas personas en México y este año, con todo el dolor de mi corazón me la he vuelto a perder. También es verdad que, como parte del proceso natural de las tradiciones ésta ha ido cambiando y quizá incluso se ha ido perdiendo poco a poquito con el tiempo, pero ese es el menor de nuestros problemas en comparación con lo que voy a describir a continuación.

Pues resulta que esta mañana me he encontrado en ese pozo sin fondo que es el Facebook con esto…

Al principio no me gustó la idea de que nuestras queridas calaquitas se desprendieran de esa imagen festiva que siempre han tenido para vestirse de luto (que paradoja) y protestar por la violencia. Pero de pronto me di cuenta. Por mucho y muy profundo que a mi me duela, quizá es momento de aceptar que en México la muerte ha dejado de ser nuestra amiga.

Tzompantli (pared de cráneos) del museo del Templo Mayor, México DF.

Ayer mismo leía otra noticia más que daba cuenta de otros 26 muertos encontrados en una de las principales avenidas de Guadalajara. Los cadáveres estaban todos amontonados, atados de pies y manos dentro de unas camionetas. Solo un día antes otras 24 personas habían sido asesinadas en Sinaloa. Para mi esto es prueba suficiente. La muerte ha dejado de ser nuestra amiga. Esta muerte que campa a sus anchas por mi país no tiene nada de poética ni de tradicional y me duele, me duele por todas partes. Por la forma en que hemos corrompido esa relación de siglos con ella, por lo que significa que la muerte no venga ya nunca en son de paz a buscarnos a los mexicanos, sino violentamente, injustamente y cabronamente, como si no nos conociéramos de nada.

 

Más fotos del día de muertos en México

http://www.mexicodesconocido.com.mx/haz-tu-propia-ofrenda-de-dia-de-muertos.html

http://www.chilango.com/general/nota/2010/11/03/dia-de-muertos

 

 

Oda (razonada) a la bici

Recuerdo esos días en que andar en bici era de pobres, gente que no tenía para comprarse un coche o quizá ni siquiera para pagar el camión (bus) y se veía obligada a usar sus extremidades inferiores para desplazarse, sin más gasolina que una lata de cocacola y sin más accesorio que, en algunos casos y por necesidades comerciales, una carretilla o carrito, a saber, de… helados, elotes, tejuino, herramientas de jardinería, afiladores o lo que correspondiera a su humilde profesión. De esos tiempos de los que hablo, probablemente de un poco antes, proviene el término «pueblo bicicletero» que tan alegremente se usa en México para aludir, por supuesto de forma despectiva, a las poblaciones, generalmente pequeñas en las que la bici es el principal medio de transporte.

En esta ciudad en la que habito ahora, llamada Cambridge, tan llena de gente eminente, de profesores togueados, de futuros genios y distinguidas damas, andar en bici es una cosa de mucho caché. Hombres trajeados, mujeres emperifolladas, chicas con minifalda, tacones y sombreros y canastitas con flores, además de deportistas con los equipos más modernos, pasean por la ciudad en unas bicicletas hermosas con todos los aditamentos que puedan ser necesarios, o no tan necesarios.

Ya me venía dando cuenta desde hace algún tiempo de que lo de andar en bici está de moda, no es de extrañar, es un medio de transporte que representa muchos de los valores buscados en nuestra generación, y aunque a veces me da la impresión de que la actitud pro-ciclista raya en el esnobismo, también pienso que ojalá todos los esnobismos fueran así de útiles y benignos.

Por otra parte, y pese a lo muy desarrollada y modernizada que pueda estar la industria bicicletera, hay algunas cosas con las que un ciclista debe aprender a convivir y que son la parte menos romántica de esta historia de amor. Concretamente en Cambridge, desde que yo me uní a las ordas ciclistas hace algunos meses he encontrado lo siguiente:

 

La lluvia.
No importa cuanta ropa impermeable tengas, la lluvia es el gran enemigo del ciclista. Por no hablar de la nieve que hasta ahora no he tenido el disgusto de conocer en estas circunstancias.

Los mosquitos y otros bichos.
Dicen que puedes distinguir a un ciclista feliz porque sus dientes están llenos de mosquitos. Hasta allí bien, porque los puedes escupir, pero los muy desgraciados se meten también en la nariz y en los ojos y eso sí que es una cabronada.

Los motociclistas que se creen ciclistas.
Una moto es de lo más peligroso para una bici porque va por los mismos lugares que ésta pero a muchísima más velocidad.

Los peatones que se creen ciclistas
… y van por el carril bici

Los peatones que se creen vacas
…. y van por la calle y no se quitan aunque les pites

El viento
Especialmente en esta Isla el viento muchas veces es un incordio y cuando vas en la bici, vayas hacia donde vayas se las arregla siempre para darte de frente. Diooos aquí se comprueba la fuerza de la resistencia que mi profe de física pretendía enseñarme en la prepa.

Los reductores de velocidad.
No se a qué psicópata asesino se le ocurrió el diseño de estos reductores de velocidad o lo que asñ%$·Q»%$$ sean, pero mi primera caída en bici fue en uno de éstos y creo que no soy la única porque justo el día que fui a tomar la foto este niño salía volando por los aires.

Los escaparates.
Es un peligro para mi integridad física andar en bici por el centro de la ciudad. Allí donde hay un escaparate hay una probabilidad de accidente para una mujer (siento la generalización, chicas).

Perderse.
Para una desorientada nata y crónica como yo andar en bicicleta es una forma de perderse mucho más rápidamente y de recorrer distancias que a pie nunca haría, pero sin GPS, lo que quiere decir que un día de estos sin saberlo me salgo de La Isla.

Los pedestrian
Y por último una cosa que intento recordar siempre y que creo que a veces se nos olvida cuando nos subimos a nuestras dos ruedas es que todos, antes que ciclistas somos peatones, y que no podemos ir por las calles, aceras y parques como si fuéramos un ser superior solo porque vamos sobre ruedas.

Atrevimiento

Siempre he considerado que llamarse a sí mismo maestro es un atrevimiento, pero es así como llamamos en México a los que ejercen la profesión de profesores. Por otra parte, profesor es también una palabra grande, quizás por lo que tiene de profeta. Pero, finalmente de algún modo hay que llamar a los que deciden (decidimos) dedicarse a compartir lo que saben, con otras personas. Pues bien, me anuncio públicamente como profesora en Reino Unido y para ello cómo no, he hecho una pequeña web que les comparto a continuación….

www.spanishincambridge.co.uk

Lo curioso es que esto me ha servido como ejercicio de análisis. Es una de las ventajas, aparte de la obvia promocional, de hacer una web. Ahora tengo mucho más claro qué tipo de clases quiero dar y cómo quiero hacerlo.

Sugerencias, críticas, halagos, quejas, comentarios y correcciones son muy bienvenidas.

La Mudanza

Este lindo caracol con su casa a cuestas es cortesía de: kukudrulu from flickr

Podría haber titulado este post: «Cambiando de Casa» que es como diríamos en México, pero la palabra mudanza describe más cercanamente esta sensación como de serpiente que se desprende de su piel alegre, pero dolorosamente.

La diferencia entre cambiarse de casa y mudarse está muy clara para mí. Yo me he cambiado de casa por lo menos 10 veces desde que tengo conciencia, 2 de las cuales cambié también de ciudad y una más de país y contienente; pero esta es realmente mi primera mudanza. Es la primera vez que soy responsable, dueña y señora (junto con mi marido, claro, a partes iguales, por bienes mancomunados) pero al fin y al cabo dueña de todo el contenido de una vivienda, desde la cama hasta el pelapapas y la escobilla de labar el baño.

Pues bien, para mudarse físicamente, hace falta también hacer un gran cambio mental. Para mí este cambio tiene 4 claras etapas, que describo a continuación:

Etapa 1: El doloroso desprendimiento

… o lo que es igual: Todo sirve … o…. ¡Pero cómo voy a tirar esto!

Sucede cuando comienzas a empaquetar las cosas y te das cuenta de lo apegado que puedes estar a las maś grandes y pequeñas tonterías. Este sentimiento, heredado de nuestros antepasados sedentarios, viene de aquella época en que los muebles de roble y la cubertería de plata pasaban de generación en generación, a veces incluso grabados con las iniciales de la familia. Ahora ya nadie (o casi nadie) hereda nada, pero el sentimiento persiste hasta nuestros días, hasta esta era de IKEA y made in China en que, sin embargo, cuesta más transportar un plato que comprarlo nuevo.

Pero a esta fuerza conservadora que es más grande o maś pequeña según también la personalidad de cada uno, se opone otra fuerza derrochadora, proveniente de nuestra cada vez más fehaciente condición de nómadas. La famosa obsolescencia programada nos trae a la conciencia que no vale la pena conservar y mucho menos transportar las cosas que tienen un tiempo de vida tan corto, cosas que tienen «la hora marcada»…. es así como comienza la ….

Etapa 2: La toma de conciencia: ¿Qué hacemos con todo esto?

Después de dos días de clasificar, empaquetar, limpiar y embalar cachivaches comienzas a relativizar el valor de todo. Te das cuenta de que tienes muchas más cosas de las que pensabas, que hagas lo que hagas no puedes llevártelas porque Inglaterra es una Isla y eso tiene sus serias dificultades logísticas. Con nuestra querida Ryanair puedes llevar dos maletas de 15 y 20kg. c/u. (ni un kilo más) a razón de una Libra el kilo, pero desgraciada o afortunadamente, el total de mis pertenencias haciende a más de 35 kilos. Entonces comienza la operación VRT — Vender, Regalar, Tirar …. he aquí nuestra web de venta de cochera.

Etapa 3: El reacomodo.

Las cosas que lograste enviar con tanto esfuerzo y dinero no combinan absolutamente nada con tu casa nueva…. normal, qué tendrá que ver una moderna y austera casa Getafeña con una Victorian House Cambridgense (perdónoseme el gentilicio inventado). ¿Y ahora… qué diablos hago con las cortinas moradas?

Etapa 4: Vuelta a empezar.

Sí, somos nómadas, no tenemos casa propia y probalbemente no la tengamos en algún tiempo, pero la necesidad de comprar y acumular cosas aún es muy poderosa en nosotros, somos como ardillas preparándonos para la llegada del invierno  (reconozco que esta actitud es más predominante en las mujeres) así que, cuando menos acuerdas ya estás otra vez lleno de muebles de Ikea y sólo te das cuenta de tu grado de consumismo cuando ves una habitación de la casa llena de arriba a abajo de cartones y desperdicios de embalaje. y entonces piensas: soy un homus consumus pero… Joder! Que bonito sofá tengo!

Odio la rutina. Adoro las costumbres.

Es un hecho consumado que los desempleados siempre nos despertamos tarde.

Salvo algunas escasas y honrosísimas excepciones, cuando uno pasa de la vida laboral al paro, los músculos se relajan de forma abrupta e inmediata y resulta realmente difícil sacar el cuerpo de la cama por las mañanas.

Yo personalmente, declaro tener una fuerza de voluntad semejante a la de un oso perezoso. No es que no tenga ideas y cosas a las que puedo dedicar mi tiempo, es que vencer la fuerza de gravedad que tira del cuerpo hacia su posición horizontal -y de ser posible fetal- requiere de muchos trucos, trampas y a veces drogas -en mi caso todas legales y hasta donde sé benignas-.

Me encanta descubrir estas similitudes con el reino animal. Por ejemplo, en este caso, los osos perezosos necesitan  una rama, un palo al que hacirse, les es imposible desplazarse sin este apoyo. Si se ven obligados a hacerlo, se arrastran lastimosamente, a una lentitud tan exasperante para los espectadores como peligrosa para ellos mismos. Tengo la sensación de que algo muy similar nos pasa a los humanos en la vida moderna, necesitamos de horarios, jefes, compromisos y obligaciones a las que agarrarnos para salir de la cama.

Por qué será que siempre nos estamos quejando de la tiranía de la vida laboral que no nos deja espacio para nada más y luego cuando tenemos horas y horas de tiempo libre somos incapaces de administrarlas efectivamente.  La cantidad de cosas que podríamos hacer  pero… ¿cómo?, ¿por dónde empezar?, ¿de qué rama nos agarramos para no arrastrarnos de esa forma tan desesperanzadora por los días inhábiles mientras llega el siguiente trabajo que nos esclavizará la vida y nos quitará toda posiblidad de ocio sano y constructivo?

Por sus «politonos» les conoceréis

Ayer viernes fue mi último día de trabajo en una «prestigiosa empresa de transportes, líder en su sector» (a decir de la oferta de trabajo con la que ingresé) ampliamente desconocida y ubicada en el polígono industrial de Coslada (a decir de la que escribe), que partiendo de mi casa en Getafe quedaba más o menos a una hora y media de camino en transporte público: Un tren – otro tren – un autobús y el último trozo caminando.

Pues bien, tres horas diarias de camino durante año y medio dan para muchas historias, muchos trenes, muchas personas, muchos libros, muchos etcéteras. Pero haciendo un recuento de estos trayectos, lo más memorable quizá sea esa extraña relación que he forjado con una decena de desconocidos que me han acompañado en este viaje todas las mañanas.

Estación de Atocha, Madrid

Estación de Atocha, Madrid

Uno se levanta todos los días a la misma hora y toma el mismo tren a las ocho menos cuarto de la mañana. Uno se coloca estratégicamente en la mancha del suelo que indica el lugar exacto en el que se abrirá la puerta del exacto vagón que ha de parar exactamente junto a la escalera de la estación de atocha, porque exactamente a las ocho y diez debe subir las escaleras y cruzar al andén de la vía 3 para tomar el siguiente tren exactamente a las ocho y cuarto.  No hay un segundo que perder, porque si no todas las conexiones se van al traste y termino perdiendo el autobús del polígono que solo pasa cada media hora.

Pero no estoy sola en este recorrido, somos muchos los que medimos los pasos, buscamos la puerta indicada, conocemos los asientos correctos y por qué lado se abren las puertas en cada estación. Entre nosotros nos conocemos, nos examinamos con una velocísima mirada, y como si fuéramos parte de una hermandad secreta pasamos de lado viéndonos a medias, haciendo a veces un imperceptible gesto de reconocimiento, pero nunca, nunca, nos saludamos.

Esta especie de convivencia pasiva me tiene intrigada. Porque he visto a esta gente un día tras otro. Los he visto cabecear, quedarse dormidos con la boca abierta, los he visto leer libros interesantes y periódicos gratuitos, los he visto enfermos, he oído la música que escapa de sus audífonos, los he visto desayunando plátanos y galletas, los he visto incluso sacándose los mocos y ellos me han visto a mi haciendo todo eso también. (no voy a negar lo de los mocos siquiera). ¿Podría decir que les conozco? ¿Podrían decir ellos que me conocen a mi? No lo se, en cierta forma creo que sí, la cuestión es que no se en qué forma y eso es lo que me tiene intrigada.

Cuando viajan en grupo es más sencillo, porque entonces las conversaciones te dan pistas sobre la vida y obra de cada uno, pero normalmente huyo de estos grupos porque son demasiado ruidosos para mi atontada y desmañanada cabeza. Prefiero la convivencia pacífica, desinteresada y contemplativa de los que  nos vemos y nos ignoramos cada mañana, solo interrumpida de vez en cuando por algún politono mañanero que te da una nueva pista sobre la identidad secreta de esos individuos con los que compartes aire, espacio y tiempo. Los individuos con los que te apretujas a veces, incluso te tropiezas, pero nunca, nunca les diriges la palabra.

Adiós queridos desconocidos, a partir del próximo lunes tomaré otro tren y quién sabe si nos volveremos a ver.

A donde no se puede llegar en coche

Me duele todo. Camino como un robot mal engrasado y tengo la cara roja como una manzana, pero estoy realmente contenta.

Ayer por la tarde volví del Valle del Jerte (Extremadura, España) en un intento por contemplar y fotografiar los famosos cerezos en flor que otros años por estas fechas inundan esa zona.

Pero he allí que la naturaleza tiene también sus caprichos y sus estados de ánimo y había decidido, (por supuesto sin comunicárnoslo), que aún no nos regalaría esa estampa de flores blancas y rosadas. La verdad, es comprensible, con el frío que ha hecho este invierno, a mí si fuera arbolito tampoco me darían ganas de florecer.

Uno de los pocos cerezos que se animaron ya a florecer este año

Uno de los pocos cerezos que se animaron ya a florecer este año

En fin, que ya estando allí pensamos que a falta de un mejor plan haríamos la ruta de senderismo organizada que ofrecía el ayuntamiento de Jerte en su página web: nada más y nada menos que 21 kilómetros por las montañas que rodean el Valle del Jerte.

Total ¿qué son 21 kilómetros?… Total ¿qué importa que durante el resto del año no haga más ejercicio que el de los dedos de las manos saltando sobre el teclado?…. Total ¿qué más da que el sol brille a toda asta y no hayamos traído ningún tipo de protector solar?…y total ¿qué importa que mi condición física a los 29 sea la de una mujer fumadora de 70 años? (y eso sin fumar). ¡Qué más da! Pues allá vamos. Y allá fuimos, Javier, mi voluntad y yo con mis botas nuevas de montaña, repito NUEVAS y mi impermeable rojito listo para los chubascos que no llegaron nunca.

Ruta de Carlos V

Comienzo de la Ruta de Carlos V

Comenzamos la ruta a las 9 y algo de la mañana, con un poco de retraso porque había muchísima gente que iba a hacer el recorrido y había subgrupos dentro del grupo, casi toda gente experimentada y fan de las «rutas de montaña» y «senderismo» que al parecer es un deporte con muchos seguidores.
Había de todo, pero me sorprendió ver a más de un sesentón y a cuatro o cinco señores cargando unas barrigas que debían pesar por sí solas unos 10 o 12 kilos (peso neto), y ante esa competencia lo mejor era poner cara de felicidad y fingir estar fresca como una lechuga aún cuando sentía que cada centímetro de mi cuerpo me pedía a gritos que me desparramara en el pastito al lado del río.

Los descansos fueron breves y casi contraproducentes, apenas daba tiempo de alcanzar a la cabeza del grupo que nos llevaba una enorme ventaja, solo para ver con tremenda frustración, cómo cuando por fin lográbamos llegar hasta donde habían hecho la pausa, ellos habían terminado ya de comer, beber, mear y reposar y emprendían de nuevo la marcha. En este punto debo decir que ya me había advertido Javier que no debíamos quedarnos al final del grupo porque entonces nunca te da tiempo de descansar; pero yo que iba en plan fotógrafa y no sabía aún lo que me esperaba por delante tardé tiempo en darme cuenta de que tenía (como casi siempre en estos casos) toda, todita la razón. Pero a estas alturas era ya demasiado tarde para compensar la desventaja con la que caminábamos y había que hacer un triple esfuerzo para no quedarnos demasiado rezagados y evitar perdernos en esos montes de dios.

Los cerezos pelones

Los cerezos pelones

Recordando el Cerezo de Vang Gogh

Recordando el Cerezo de Vang Gogh

Con todo y todo llegué hasta el final, después de ver 5 hectáreas de cerezos pelones, tres de los cuales tuvieron la amabilidad de echar unas cuantas florecillas nomás por pura cortesía. Y lo curioso es que me sentí genial, bueno, cuando conseguí sentirme, porque al principio no sentía nada jejeje. Y, dado que una de las mejores cosas de caminar y caminar es que uno puede llegar a ese estado de no pensar en nada más que no sea lo estrictamente necesario para ordenar a la pierna que levante el pie y lo mueva 20 centímetros más adelante, he tenido un solo pensamiento profundo, pero creo que realmente valioso en las 9 horas que duró la caminata y aquí lo comparto con ustedes: «Hay lugares a los que no se puede llegar en coche y rezo porque así siga siendo».

El río del Jerte después de 5 horas de caminata

El jamón del sandwich

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Foto cortesía de: Sakurako Kitsa on Flickr

Una de las cosas que más me molestan de mi trabajo actual en el departamento de recursos humanos es cuando tengo esa sensación de ser el jamón del sandwich.

Pasa cuando los jefes jalan para un lado y los empleados para el otro y yo estoy en medio temiendo perder mis extremidades. No se si se percatan de que eso es una tortura medieval llamada “el potro” y que vuelve loco a cualquiera.

No culpo a los empleados, ni culpo a los jefes. Cada uno es lo que es, y cada uno busca lo que le conviene. (Y al decir esto hablo desde mi condición de jamón y me separo temporalmente de mi verdadera condición de empleada mal-asalariada) Y así, tomando distancia de la situación, me pregunto… ¿Por qué los jefes siempre pretenden que los empleados vean por el beneficio de su empresa? Así nomás, de gratis. ¿Qué demonios les hace pensar que un empleado es un ser dispuesto al sacrificio perpetuo que estará siempre presto a inmolar vida personal y privada en aras del bien… no común, sino personal de unos cuántos? Eso solo puede ser producto de una ingenuidad tremenda o bien, de una desfachatez (que palabra tan graciosa esta)… decía… de una desfachatez enorme.

Reconocer la naturaleza de nuestro interlocutor es fundamental para una buena comunicación. Saber cuáles son sus motivaciones, sus necesidades y apetencias. En definitiva, escuchar la voz de ese otro ser y sobre todo escuchar la voz de la lógica básica.

Señores jefes, señores dueños de las empresas, es LÓGICO que un empleado quiera irse a descansar en cuanto termine su jornada… o antes, si es posible, es LÓGICO que un empleado quiera cobrar a final de mes y que no le importen sus problemas financieros porque a usted tampoco le importan los de él; LÓGICO es también que la gente quiera cobrar lo más posible con la menor inversión de esfuerzo. Es LÓGICO que el empleado busque tener más días de vacaciones, más horas de descanso y que su uniforme sea bonito, de buen gusto y a su medida (a ser posible que el sastre venga a tomarle medidas).

Por otro lado está claro que las empresas existen con la finalidad de ganar dinero y que los empresarios buscarán obtener siempre el mayor beneficio posible con la menor inversión, eso también lo comprendo. Pero lo que no puedo soportar es que estos empresarios y esos que se creen empresarios, pero que no son más que empleados mejor pagados que los demás, se indignen y se sorpendan ante las posturas más básicas y comprensibles del proletariado. Ya no por una cuestión de solidaridad, sino por una mera conveniencia personal, los jefes podrían de vez en cuando, detenerse a pensar con quién están tratando, quién es ese ser no solo andante sino pensante al que llaman “empleado” porque de otro modo lo que debía ser un diálogo entre personas se convierte en un ladrar de perros a gatos.

Y como perros y gatos estamos siempre, ladrando y maullando, mandando unos e ignorando otros, imponiendo unos y escaqueándose otros… y en medio… claro está… el famoso departamento de Recuros Humanos, que ante esta penosa situación solo tiene dos opciones, volverse al brazo derecho de la ley y hacer de Policía Secreta de los Recursos Inhumanos o bien, tomar algún tinte rojizo y convertirse en defensora de los derechos que ese sindicato blanco o transparente ignora.

Yo mientras tanto, sueño con que exista un departamento donde verdaderamente se administren los Recursos Humanos de una empresa, donde se entienda que, efectivamente, somos humanos y que, gracias a eso, podemos comunicarnos.

Los indios de la India

Este título que parece redundate y absurdo para muchos, para un mexican@ como yo es simplemente aclaratorio. ¿Por qué? Pues porque decir “indio” en México es decir indígena mexicano y es decirlo, para desgracia profunda e histórica de un país, con desprecio y menosprecio hacia nuestros pueblos nativos prehispánicos.

En España en cambio, decir “indio” es decir nativo de la India, relegando el término Hindú únicamente para denominar a los practicantes de la religión hinduista, que dicho sea de paso no es una religión, sino más bien un conjunto de religiones. Luego… ¿dónde y cómo surgió esta ruptura en el significado?

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Niña Hindú cortesía de Galería de UrvishJ en Flickr

Como todo el mundo sabe, más que de una ruptura, esta situación deriva de una confusión inicial, cuando los españoles llegaron a América queriendo ir a “La India”, pero la cuestión va mucho más allá de eso.

Desgraciadamente, casi nunca los pueblos pueden elegir el nombre con el que se les conoce en el mundo, simplemente porque uno no puede controlar la percepción que tiene la gente de uno mismo, ni tampoco puede controlar las desviaciones, derivaciones y malformaciones que se hacen del propio nombre. Y si no, que se lo digan a los pobres niños que en el colegio son llamados “el gordo Jiménez”, “jimenitos”, “el chaparro” “el pecas” y toda clase de apodos por el estilo, después de que sus padres se rompieron la cabeza (algunos con mejor gusto que otros, eso sí) pero todos se molestaron en pensar un nombre para ellos.

Pero volviendo a los Hindúes o a los Indios (ambos términos son correctos según la RAE para referirse a los habitantes de la india), estos fueron bautizados así por los Griegos, aunque la palabra proviene del vocablo persa (algunos dicen que es del sánscrito) síndhu , que era como llamaban al río que delimitaba el territorio que antes componían Pakistán y la India, (Indostán).

El caso es que los hindús no se llaman a sí mismos hindús, ni indios, porque no llaman a su país “La India”, lo llaman Bhárat, en honor a Manu Bharata (uno de los progenitores de la humanidad). Pero el resto del mundo los conoce como “India” tanto en español como en inglés, osea, en casi todo el planeta.

Total, que en conclusión, cuando los nombres de los países y de los pueblos vienen impuestos desde fuera, muchas veces se atribuyen con desconocimiento de causa, desde las características más evidentes para el extranjero, que no siempre son aquellas de las que ese pueblo se siente más orgulloso, ni las más representativas, simple y sencillamente las más evidentes o las más fáciles de relacionar con elementos que el conquistador conoce… así se bautizaron muchos de los territorios americanos, de los que algunos salimos mejor librados que otros, pero a final de cuentas uno termina acostumbrándose y sintiendo como propio el nombre que en un principio le ha sido impuesto.

Yo no se si a los habitantes de la India les guste más ser Indios que Hindúes, lo que se es que a los habitantes de México no les gusta ser indios, ya no porque sea un término despectivo, sino porque es erróneo, porque no hay nada en nuestra tierra que pueda inspirar ese nombre. Lo que es cierto es que tanto los unos como los otros somos indígenas de nuestro pueblo: Mexicanos, Chilenos, Franceses o Búlgaros y luego somos (en el caso de México) Purépechas, Huicholes, Mayas o mestizos, Tapatíos o Regio Montanos y luego somos Juan, Pedro, Julia o Liliana. La construcción de la identidad es una cosa muy compleja, y creo que los propios de un país deberían tener algo que decir al respecto, de modo que, si hay algún indio y/o hindú que quiera darme un poco de luz en esto, se lo voy a agradecer.

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Niña Maya. Cortesía de http://www.flickr.com/photos/26383024@N08/3356538784

Por último les dejo este video de un niño hindú, que es genial… http://www.youtube.com/watch?v=mvxr2YXSkY0

El piropo mañanero

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Esta increible foto: «American Girl in Italy» de Ruth Orkin, ilustra a la perfección el espíritu de un piropo mañanero

El piropo es una especie de poesía corta que los hombres suelen lanzar al vuelo en un encuentro casual y casi instantáneo con una mujer, y su entorno natural es la calle. Aunque puede ser que alguna vez una mujer, también se atreva a lanzar un piropo a un hombre, yo voy a hablar del primer caso por ser el más común y el que más llama mi atención.

Me atrevo a decir que prácticamente todas las mujeres, guapas o feas, gordas o flacas, provocativas o reservadas, hemos recibido por lo menos una vez en la vida un piropo callejero. Algunos refinados y empalagosos, como ese de… “qué está pasando en el cielo que los ángeles están cayendo”; otros vulgares y groseros, como el famoso “güera, güera, si me muero quien te encuera” típico capitalino. Pero todos provocan una reacción en la destinataria.

¿Qué es lo que motiva a los hombres a “echar” un piropo a una desconocida? No tengo ni idea. Pero hay individuos que han hecho de esta forma de expresión todo un arte.

Sabemos que hay algunos gremios que se distinguen por su prolífica producción de piropos, como los cargadores o los obreros; (que por cierto uno no se explica cómo pueden catalogar si una mujer merece ser piropeada, simplemente con verla pasar a una distancia de diez metros desde el quinto piso de la construcción), de modo que si uno necesita un poco de autoafirmación puede darse una vuelta por los mercados de abastos o los edificios en construcción.

Desgraciadamente, últimamente solo escucho piropos repetidos y poco novedosos. De modo que me sorprendió gratamente un hombre desconocido al que no le ví la cara, que muy tempranito por la mañana mientras caminaba cruzando el polígono industrial donde trabajo, dijo entusiasmado desde el otro lado de la reja de su nave industrial: “Merece la pena madrugar para ver estas cosas tan bonitas” Y yo, que me levanto todos los días a las 6.30 de la mañana, tomé eso como el mejor de los halagos.

Señores y señoras, desde aquí lanzo una atenta invitación para recuperar la tradición del piropo sano y desinteresado. Si somos capaces de gritar una grosería a alguien por la calle, con un poquito de esfuerzo podríamos gritarle también un piropo bien dicho.

P.D. Se aceptan piropos y sugerencias.