Pandemia

En el año 2020 el mundo pasó por una crisis. La realidad, la frágil realidad en que vivíamos parpadeó mostrando un fallo en el sistema y cuando abrimos los ojos ya éramos otros. Asustados, confundidos y ansiosos, nos refugiamos en nuestras casas (los que las teníamos), en nuestros ordenadores, en nuestros refrigeradores. Comenzamos a prestar muchísima atención a las ventanas y a las puertas, a nuestras manos y a nuestra respiración. Los que no tenían el hábito de hacerlo ya desde antes, empezaron a ver más con esos ojos que tenemos dentro, a observar el paso de sus pensamientos, es decir, el paso del tiempo.

Muchos murieron, otros conocieron un nuevo nivel de profundidad en el infierno en que vivían, los afortunados como yo fuimos al limbo de una rutina nebulosa en la que habitamos como gatos por un tiempo indefinido. Por meses y meses permanecimos en un estado de alerta anestesiado. La rutina fue nuestra salvación y nuestra perdición, ese tedio lento, con su lengua de lija limó nuestro calendario hasta borrarle las líneas. En nuestras casas comenzó a filtrarse el agua por el techo, así es que tiramos los relojes de manecillas y comenzamos a medir el tiempo con relojes de agua; cada hora caía una gota sobre nosotros y gota a gota nos volvimos lisos como piedras de río.

En ausencia de esos otros seres que nos delimitaban, nuestros contornos se difuminaron y se volvieron cada vez más imprecisos. El otro, que con su precencia nos advierte de nuestras fronteras, que con sus reacciones nos alimenta y con sus miradas nos cuestiona, ese otro se desvaneció para convertirse en el mejor de los casos en unas líneas de texto, un hilo de voz, una imagen pixeleada.

Así fue como nos vimos privados de las múltiples versiones que nos componían, para confrontarnos con una realidad plana y repetida como un charco reflejado en un espejo. La versión de mí que reía con las amigas en un café se perdió, también la versión de mí que bailaba bachatas en un salón de la ciudad, la versión de mí cocinando una cena para los amigos, la que viajaba en tranvía, la versión de mí que soñaba constantemente con subir en un avión y llegar volando a tantas partes; todas perdidas, partículas flotando como polvo suspendido en un halo de luz, partículas que no pertenecen, que no son, porque no son parte de nada.

Nightfall, c. 1865-70 by Claude Monet. Musées des Beaux-Arts de Nantes

Ya sé, que la introspección es el camino a la iluminación. Seguro que hay una moraleja en todo esto, pero la muy cabrona no se revelará hasta el final. Mientras tanto, la ciudad se me antoja un amante cansado (sí, amante en masculino) lleno de promesas incumplidas; el cielo, un cuadro de Monet colgado en la pared, y todo lo demás una isla flotante vista como un espejismo en un catalejo.

Abuelita

Cuando conozco a alguien que me habla de su abuela, inmediatamente me encuentro en una disposición favorable hacia esa persona. No lo puedo evitar. Es como si la gente que creció con sus abuelos tuviera ante mis ojos una especie de salvoconducto, un certificado de buena persona. Evidentemente no todos los abuelos son dulces y amorosos, los hay malvados, crueles, los hay indiferentes; pero la mía, ¡Ah mi abuela! Se llamaba Carmen y hace unos días se cumplieron años, no sé cuántos, demasiados años, de su muerte. Probablemente el día más triste de mi vida.

Hace un año le escribí este poema, hoy la recuerdo con él y como me dijo un sabio amigo, intento pensar en la parte de ella que vive en mí para no pensar en la parte de mí que murió con ella.

Abuelita Carmen
Carmín desteñido
Torre de los sueños
Árbol de muchas ramas y muchas hojas
donde anidaban los pájaros heridos.

Tus manos olorosas a pan
Y tu vestido a azahares del Naranjo-limo.
Contigo nunca tenía los pies fríos.
Contigo nunca las tristezas podían conmigo.
No había chocolate más dulce, ni leche más nutritiva
que la de tu presencia.

Abuela, dulce abuela 
Alta como los vástagos del platanar;
tus largos brazos me abrazaban como sus hojas
y me cubrían.

Tus manos limpiaban frotando con alcohol todos mis males.
Tu voz me defendía de las injusticias del mundo y de sus fealdades.
Tus ojos claros me hablaban del infinito, De Dios,
y del abuelo que era «un santo».

Abuela que a todos dabas un pedacito de pan.
A los mendigos, a los niños, a los locos, a las palomas.
Abuela con tus venas gorditas que podía acariciar.
¡Que dios te tenga en un altar!

Y el séptimo día, descansó.

Y el séptimo día descansó… Y vio que lo que había creado era bueno”. Eso dice un libro (de cuyo nombre no quiero acordarme), que hizo dios (con minúsculas porque no soy creyente), después de trabajar arduamente.

Tras años de intenso ateísmo, aún mi mente traicionera, educada en las trincheras de un colegio de monjas, me arroja de vez en cuando frases sueltas, rezos, cánticos, mandatos y sentencias que se clavan como dardos caídos del cielo en mis pensamientos, tiñéndolos de un púrpura metafísico que es bastante difícil de lavar. Eso me ocurrió hoy, mientras caminaba pensando en todo lo que tenía que hacer: el negocio, la casa, la niña, el próximo evento social. Quizás tuvo que ver el hecho de que pasé frente a una iglesia. El caso es que me vi reflexionando sobre aquella frase. “Dios descansó y contempló su creación”. La idea es muy poderosa. Un dios supremo que se ha pasado seis días creando meticulosamente el universo, pero se toma un día de descanso para disfrutar de su trabajo, para contemplar su obra, para apreciar que lo que ha hecho es bueno. Y eso está allí, en el fundamento de la creación misma que hace que ese dios sea Dios.

Recuerdo que de pequeña ya me seducía esa idea del séptimo día, el domingo, dominicus: “el día del señor”, Sunday, el día del sol, el día de Saturno, el día en que hasta los más amargados súbditos del señor se permitían alguna licencia, algún gusto. Unos churros con chocolate por ejemplo, o un helado de limón a la salida del templo. Pero esta vez al recordar la historia del Génesis por primera vez encontré una aplicación práctica para ella. Una idea escondida a simple vista: hay que parar a contemplar nuestras creaciones. Parar y disfrutar.

En un mundo en el que no hacer nada (aunque sea por unos minutos) está cada vez peor visto no es fácil ser un contemplativo y mucho menos uno que contempla y se vanagloria de su propia obra, pero cuando lo hacemos cosas buenas ocurren. Pensar en el trabajo hecho es una motivación para seguir trabajando. Es como si fuéramos ese jefe que siempre quisimos tener, el que nos dice lo bien que lo hemos hecho y nos reconoce nuestro esfuerzo, o el amigo que saca lo mejor de nosotros porque admira lo que hacemos y entonces nos forzamos por seguir haciéndolo bien para no perder su admiración. También es un ejercicio que nos permite agudizar los sentidos para encontrar lo bueno, lo bello, lo admirable; una práctica que luego sirve para reconocer lo bueno, lo bello y lo admirable en los demás.

Los invito seriamente a hacer este ejercicio. Parar, contemplar, celebrar sus pequeños logros y de ser posible, hacerlo en silencio y sin publicarlo en el Facebook.

Oda al camping

Soy una hedonista, los que me conocen lo saben de sobra. Por regla general elijo la opción más cómoda, la más sibarita; y nunca, o casi nunca cambio camino por vereda. Excepto por una honrosa excepción: Me encanta ir de camping.

Quizás por mi naturaleza citadina y mis inclinaciones «comodinas» (en palabras de mi abuela) alguna gente se sorprende cuando digo que acampar es un placer. Yo misma me sorprendí un día reflexionando en lo contradictorio de la situación y comencé a escribir este post para desentrañar el misterio. Quizás de paso pueda cambiar un poco la perspectiva de aquellos que piensan que ir de camping es un sufrimiento que prefieren ahorrarse en esta vida.

Los placeres del camping:

Primero está lo primero, quiero decir, lo primario. La transformación que sufrimos querámoslo o no, cuando entramos en contacto cercano y suficientemente prolongado con la naturaleza. La piel se nos cubre de polvo y cobramos conciencia de nuestro empaque, los ojos acostumbrados a las pantallas re-descubren su capacidad para ver de lejos, nuestros pies sienten las piedras, o el pasto, o la arena y recuerdan que alguna vez fueron como un segundo par de manos, nos lavamos la cara con agua fría (porque no queda de otra) y despertamos, bien despiertos, incluso antes del café matutino.

Luego está lo obvio. Las estrellas, los animales, el fuego, las montañas. Todo lo que no está a la vista cuando estamos en la ciudad. O bien, porque es inaccesible, o bien porque se nos vuelve invisible entre tantas otras cosas que nos rodean / acorralan.

¿Qué es aburrido? Sí, a veces. Pero el aburrimiento del camping es la mejor forma (y la única) de meditación que soy capaz de practicar. Los resultados, créanme, son sorprendentes.

La toma de conciencia es también un beneficio importante. Y no hablo ya de lo espiritual, como en el párrafo anterior, sino todo lo contrario. La toma de conciencia de nuestro ser carnal, de que somos un ente que produce, y tiene un impacto en su entorno. De pronto comienzas a notar que cada cosa que haces deja una huella. Que la mierda* (con perdón de su mercé) no desaparece al apretar un botón, que la pasta de dientes y el jabón que usamos tantas veces al día no se desintegran tampoco. Lo que produces y sobre todo, lo que desechas está allí mismo para recordarte que lo que haces en este mundo se queda en este mundo, en el mismo que habitas, y lo afecta y lo modifica. Así que como dicen en España: «tú mismo».

Por último está tú cuerpo, su naturaleza animal más básica, eso que llamamos instintos vitales que básicamente es lo que nos mantiene vivitos y coleando (aunque ya sin cola). Después de un par de días de camping tu cuerpo comienza a hablarte con más claridad: tengo frío, tengo hambre, tengo sueño. Y sobre todo, tú comienzas a escucharlo, porque estás lejos de la tiendita y del bar y de la cafetería, así es que no lo alimentas cuando no tiene hambre y también estás lejos de la televisión y la luz eléctrica así es que no lo mantienes funcionando horas extras como si fuera una gallina de criadero.

Finalmente después de una semana acampando, llega mi parte favorita. La vuelta a la civilización. Esa primera ducha de agua caliente a toda presión, ese café espumoso con un corazoncito de leche encima, las sábanas limpias y la almohada mullida. Se los dije desde el principio, soy una sibarita. La clave está creo, en el aumento del placer por contraste tras un periodo de abstinencia. Nunca he estado a dieta, pero he visto la película de «Chocolate», pues algo así como este señor…

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La araña que regateaba como Messi

Esta mañana, en el patio de mi casa, en Melbourne, Australia, me topé con una araña de tamaño considerable que transportaba una bola blanca entre las patas. El especímen estaba tomando la sombra a cuatro pasos de la puerta que da a nuestro salón.

Resistí la urgencia instintiva de aplastarla. No fue fácil. En México, yo crecí matando cucarachas y alacranes a punta de chanclazo, allí no había duda ni conmiseración; pero esta vez me ganó la curiosidad científica, y una relativamente nueva sensibilidad para apreciar algunos especímenes de la naturaleza poco agraciados y poco comprendidos. Esa vocecita en mi cabeza me recordó que las arañas son parte de un ecosistema que vive en mi patio trasero y que incluye entre otros residentes y visitantes: miles de hormigas, cientos de caracoles, bichos bola, tijerillas, ciempiés, lombrices, catarinas, mariposas, pajaritos diminutos y chupaflores del tamaño de un *zanate que se posan en las ramas como si fueran colibrís, *possums nocturnos y ruidosos; y por supuesto el gato de la vecina, que es el rey de todo esto.

Pero volviendo a la araña, como dije antes, no era muy agraciada, pero salvó la vida gracias a que no tenía manchas rojas o rayas amarillas visibles, sino un traje café y gris bastante discreto. De allí que no la diera por venenosa a primera vista.

Araña con pelota en patio trasero

Estuve allí un rato, contemplándola, le tomé una foto poco favorecedora (la de arriba) y la vi intentando esconderse sin soltar por un momento su pelota blanca. Controlaba mejor que Messi, y estoy segura de que también corría más rápido (conservando las escalas).

Finalmente, como la indecisión de matar o no matar me estaba matando, decidí consultar a Mr. Google. Como era de esperarse, los primeros 10 resultados eran realmente alarmantes. Entre otros: “Las 10 arañas más venenosas y dónde se esconden”, “Control de plagas: tu casa libre de insectos”, “Cómo acabar con las arañas en casa”, “Animales mortíferos de Australia”, etc.

Para cuando terminé de medio leer el primer artículo, la Messi-araña ya había huido por patas, así que solo me quedó desear con todas mis fuerzas que no ocupara un lugar en el arriba mencionado ranking de arácnidos mortíferos.

Pasadas las primeras impresiones, empecé a encontrar más información sobre la posible identidad del bicho. Así descubrí:

– que las arañas que llevan sus huevecillos en una pelota como si de un balón de fútbol se tratara responden al nombre científico de Pisaurina mira. En inglés Nursery Web spider, que en español no tengo ni idea de cómo podría traducirse, porque sería algo larguísimo y complicado como “la araña que lleva el cuarto de los niños/bebés envuelto en su telaraña”.

– El siguiente dato sobre este tipo de arañas me fascinó. Resulta ser que, para poder aparearse el macho lleva un regalo a la hembra. La teoría inicial decía que el regalo (una mosca u otro insecto envuelto en tela de araña y con un moñito rojo a ser posible) era un distractor para que la hembra tuviera algo que comer después del coito y no se lo comiera a él (práctica común en este tipo de arañas). Cuanto más grande el regalo más distraída la araña y más fácil sería para el macho escapar. La segunda teoría dice que el tamaño del regalo no está directamente relacionado con la posibilidad de supervivencia del macho, sino con la duración del apareamiento. Cuanto más grande el regalo, más largo el apareamiento. En términos humanos, un collar de diamantes le aseguraría al macho un maratón sexual lleno de complacencias, mientras que un vestido de Zara, pues un rapidín y ni te acomodes porque ya te vas. Lo triste (para el macho) es que en ambos casos la cosa acaba en canibalismo.

Para mi desencanto, después de leer estos interesantes datos sobre la araña de la pelota me di cuenta de que hay otro tipo de araña llamada araña lobo, y que más probablemente “mi araña” sería una de estas, por la ubicación geográfica, ya que las “Nursery web spider” viven sobre todo en Reino Unido. Había una forma de estar segura de qué araña se trataba, pero era demasiado tarde para intentar contarle los ojos. Por si necesitaran el dato algún día, las «Nursery Web» tienen seis ojos, mientras que las arañas lobo tienen 8. Si la vuelvo a ver, intentaré hacer el conteo. Mientras tanto, tendré que vivir con ese sentimiento de acecho que tan bien describe Juan José Arreola en su cuento La Migala, y de paso, con la bronca tremenda que me va a echar mi marido cuando se entere de que la dejé escapar.

Lo que me ha enseñado Lucía

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Lucía, nuestro pequeño gusanito de luz está a punto de cumplir ocho meses y yo aún no salgo de mi asombro ¿Cómo pueden un par de células enamoradas desarrollarse hasta convertirse en un ser humano hecho y derecho? En fin, no me enredo en reflexiones filosóficas y voy al grano. En estos ocho meses he aprendido mucho, muchísimo, y no hablo solo de las mejores posturas para hacer eruptar a un bebé o cómo hacer que salgan las manchas de plátano de las camisetas.

He aquí una lista de las cosas más importantes que me ha enseñado Lucía desde que llegó a mi vida:

  • A vivir un día a la vez
  • A improvisar más y planificar menos. (Total los planes con un bebé sirven para muy poco).
  • Lo interesantes que son las hojas de los árboles movidas por el viento.
  • A cantar más, a cualquier hora del día y en cualquier lugar.
  • A hablar con extraños. (Parece ser que cuando tienes un bebé en brazos las convenciones sociales se modifican).
  • A recordar lo increíble que es el cuerpo humano: dedos, manos, ojos, cabello, piel.
  • A perder mucha, pero mucha vergüenza.
  • A ser más selectiva con lo que veo en la televisión. (El tiempo libre no está como para desperdiciarlo.
  • A usar más la mano izquierda (ahora soy como Rafa Nadal)
  • A estar más en contacto con la madre tierra. (Me paso el día arrastrándome por el suelo y gateando)
  • A hacerme un poco más amiga de los perros y de los gatos.
  • A no tenerle tanto miedo a los germenes.
  • A contemplar en admiración las cosas más triviales: el agua, el papel, los cierres de las sudaderas, las etiquetas.
  • A darme cuenta de que…
    – Dormir, comer y jugar son igual de importantes. A decir verdad, son lo único importante.
    – Todos los bebés del mundo se parecen, y sin embargo cada bebé es único.
    – Todos los clichés sobre el amor maternal, son ciertos y sí, le debemos mucho a nuestras madres.

Tango para dos

Pongamos que me he enamorado locamente. Pongamos que voy con mi psicólogo de confianza y le cuento… que desde hace tres meses que conocí a esta persona, no duermo ni como bien; casi no veo a mis amigos, pienso en ella constantemente y me paso el día intentando hacerla feliz. Por supuesto mi psicólogo me dirá que abandone inmediatamente esa relación obsesiva y autodestructiva, y tendrá razón. Mi relación sería una relación patológica de manual, si no fuera porque la persona en cuestión, es mi hija.

Desde que llegó a mi vida, con la primavera australiana, mi pequeña luciérnaga ocupa gran parte de mis pensamientos, y casi todo mi tiempo. Durante los primeros meses al menos, es inevitable, las madres tenemos que hacer a un lado nuestras necesidades físicas y emocionales, para volcarnos en ese pequeño ser que necesita de nuestra ayuda para sobrevivir.

Así pues, querámoslo o no, una relación madre-hija, es en sus inicios una relación de dependencia, en la que uno de los implicados (sobra decir que es el adulto) da “desinteresadamente” su tiempo, su energía, y su atención, sin recibir nada, o poca cosa a cambio. Hay quienes pueden alegar que los niños lo pagan todo con una sonrisa, pero la verdad de las cosas es que solo para compensar seis horas de contracciones, ya tendría que pasarse sonriendo el resto de la vida.

¿Cómo entonces lograr transitar sin tanto drama de aquí donde estamos ahora, a una relación madura, independiente y positiva que nos haga crecer a las dos y en definitiva, ser más felices y plenas como personas? Complicado ¿eh? Este dilema me ha inundado desde que supe que iba a ser madre. Porque si hay algo que no me cuadra nada es esa estampa de madre abnegada y sacrificada que lo da todo por sus hijos, simplemente porque no creo que ese sacrificio sea honesto y desinteresado, sino que normalmente viene como un préstamo con intereses altísimos, que no se termina de pagar nunca; y porque yo no he traído una niña al mundo para sufrir.

Por otra parte, el verdadero problema está en que el sacrificio es real e ineludible, es verdad que uno lo da todo por ellos y aguanta dolores indescriptibles y desveladas continuas y acumulables, y vomitonas en sus blusas favoritas, porque viene con el paquete. Así que, en un intento por huir del molde de la madre del “10 de mayo”* al que tanto le temo, pero al mismo tiempo entender la transformación real y profundísima que viene con los niños, como los panes debajo del brazo, he pensado lo siguiente.

photo by: http://www.leeq.com/baby-tango-23054/

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Estas son mis cuatro reflexiones sobre la maternidad, a ritmo de tango …

1. La cumparsita

Nunca he creído en eso del amor a primera vista, nunca lo he experimentado en carne propia, y con mi hija, tampoco. Ese momento mágico que muchas mamás describen, cuando te ponen al bebé sobre el pecho y deja de llorar y comienzas a sentir un amor infinito y desbordado, no ocurrió conmigo. Lo nuestro ha sido más una relación que se ha ido cocinando a fuego lento, con miradas nocturnas, sonrisas de medio lado y muchas, muchas horas de intimidad. Creo que para mí la primera revelación vino al darme cuenta de que esa criatura tan chiquitita tenía ya desde el día uno su propia personalidad y que intentar comprenderla cuanto antes iba a ser clave para nuestro futuro. Que esto era un “tango para dos” y no un “ella baila sola”.

2. Culpa mía

Con un bebé es difícil no tomárselo todo personal, pero poco a poco uno se da cuenta de que ese pequeño ser humano tiene vida propia, en toda la extensión de la palabra, y que sus manifestaciones no siempre tienen que ver con lo que uno hace o deja de hacer. Como cuando descubrimos que esa sonrisa hermosa de por las mañanas no era una muestra de felicidad y complicidad, sino el preámbulo de una sonora cagalera. O que el hecho de evadir nuestras miradas y llorar desesperadamente no significaba estoy harta de ti y ya no te quiero ver, sino estoy agotada y necesito dormir. Pero como humanos estamos tan acostumbrados a interpretar lo que el otro hace como una muestra de amor o desprecio hacia nuestra persona, que a veces pasamos por alto las verdaderas motivaciones y necesidades del otro.

3. Milonga de mis amores

Que no hablemos aún el mismo lenguaje, no significa que ella no tenga nada que decir. Como en cualquier relación, el código no verbal es fundamental para entender a la otra persona. Las señales son sutiles y cambiantes, pero con un poco de paciencia uno va aprendiendo a descifrarlas, y es fundamental hacerlo, porque en una relación no hay nada peor que ignorar las necesidades del otro.

4. Volver

Quizás una de las cosas más difíciles de entender para una mamá primeriza como yo, es que esa pequeña criatura que tanto necesita de mí, también necesite a veces estar sin mí. Es un hecho que los bebés también se cansan de verte la cara todo el santo día, que necesitan su espacio para pensar en sus cosas, descubrirse los dedos de los pies o simple, y sencillamente, mirar a la pared por un largo rato. Descubrir esto significó un alivio para mí y una oportunidad para utilizar ese tiempo libre en otras cosas. Aunque, como en cualquier relación lograr el equilibrio entre amor y libertad, no es tarea fácil, pero estamos trabajando en ello.

 

* El 10 de mayo es el día de las madres en México. Generalmente se celebra con odas a la madre sacrificada y perfecta que nos crió.

Terapia musical

 

Encontré el tiempo para escribir este artículo el día en que me vi forzada a esperar durante más de una hora a mi marido en un café, tras olvidar mi teléfono en casa, sin más recursos para entretenerme que una pluma y un cuaderno; la situación perfecta para escribir lo que quería escribir.

Hace casi un año pedí como regalo de cumpleaños un tocadiscos, y desde entonces la experiencia con el susodicho aparato ha sido hermosa y reveladora. Lo primero que sucedió fue que después de años y años de no hacerlo, me reencontré con el placer de escuchar música de forma atenta y dedicada; de forma total. Volví a escuchar música con los oídos bien abiertos y los ojos cerrados, a escuchar música como una adolescente tirada de espaldas en el salón, escuchar música mirando al techo y moviendo los pies al compás, escuchar música pensando en nada más que en la música. Escuchar pues, en el sentido más amplio de la palabra escuchar, como una experiencia ritual, profunda y placentera. Escuchar a Billie Holiday respirando cerca del micrófono, y escuchar el salto de la aguja en la cicatriz de aquella herida que el disco, heredado de mi padre sufrió la primera vez que salió de su funda para ser mostrado con orgullo triunfal a los amigos.

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Siempre he sido una romántica, pero tampoco soy de las que piensa que todo tiempo pasado fue mejor. Groovsharke, Spotify, y compañía son la tierra prometida para los que amamos la música. La primera vez que entras, te sientes como Aladino en la cueva del tesoro. Pero, ante la abundancia casi infinita de recursos, ante la posibilidad de escuchar lo que sea, cuando sea, y dónde sea, me siento a veces perdida; saltando de un artista a otro, de una canción a otra. Todo se vuelve un skip, forward, fast, rewind, play, zap, stop, play, o para decirlo en español, un ir y venir, subir y bajar, sin acierto ni concierto.

Flotamos por la estratósfera de bits, sin gravedad. Nuestra atención se divide y se diluye entre seis ventanas de navegador y cuatro programas que mantenemos funcionando simultáneamente, tres cuentas de correo, mensajes de texto, Facebook y Twitter, Watsup, Instagram, y todos los etcéteras tecnológicos que nuestra computadora sea capaz de aguantar.

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La era de la tecnología computarizada en que vivimos es la perdición para un número creciente de individuos que sufrimos en distintos grados, de déficit de atención. El multitask nos invita y nos refuerza una conducta dispersa. Somos como un niño solo en una dulcería y día tras día, lo tocamos todo, lo lamemos todo, nos lo llevamos a la boca, le damos un mordisco y lo dejamos a un lado en cuanto vemos otro dulce más llamativo, más colorido, más brillante.

Pues bien, he encontrado que escuchar música atentamente puede ser una práctica terapéutica para contrarrestar los efectos de esa vida de saltos constantes a la que nos vamos acostumbrando. Efectivamente, la tarea de escuchar un viejo disco de principio a fin, con sus canciones buenas, malas y regulares, con sus saltos y ralladuras, con sus tonos altos, medios y bajos, es un ejercicio de paciencia y atención. Aquí no hay adelantamientos, no hay control remoto. Hay que sacar el disco de su funda, limpiarlo, ponerlo y darle vuelta tras ocho o diez canciones. Entonces uno se vuelve más cuidadoso y selecciona con esmero lo que quiere escuchar. Ya no se trata de tenerlo todo, sino de exprimir lo que se tiene y disfrutarlo en cada una de sus facetas, sabérselo casi de memoria para después descubrirle nuevos ángulos, domesticarlo, y en fin, amarlo.

La gramática es para los extranjeros

Todo aquél que haya intentado aprender una segunda lengua se habrá topado con esa muralla china llamada gramática. En un principio parece infranqueable, pero poco a poco, y casi siempre con muchas horas de estudio, conseguimos conquistarla y con la práctica, y el paso del tiempo, la asimilamos tan bien que dejamos de pensar en ella y comenzamos a utilizarla de forma intuitiva.

Cuando mis alumnos me preguntan si creo que el español es más sencillo que el inglés o si creo lo contrario, yo siempre digo que la lengua más complicada es la que uno está aprendiendo, para mí el inglés, claro, para ellos el español. Lo que quiero decir es, que por muy compleja que sea la gramática de nuestra lengua materna, cualquier hablante nativo, incluso sin haber asistido a la escuela es capaz de utilizarla con relativa corrección.

Claro que uno no puede darse el lujo de aprender una segunda lengua de la misma forma en que aprendió la primera, eso implicaría que viviéramos un promedio de cinco o seis años expuestos continuamente a esa lengua como nos pasó con nuestra lengua materna. Así que, con las segundas lenguas normalmente vamos directamente al grano y aprendemos la gramática en las academias desde el día uno, sin pasar por ese período de «sensibilización» e interiorización natural de las reglas.

Lo curioso es que precisamente por este sistema «invertido» de aprendizaje, a final de cuentas nos encontramos muchas veces conque los extranjeros conocen mucho mejor la gramática de nuestra propia lengua que nosotros mismos.

Sucede que, como hablantes nativos, casi siempre damos por hechos muchos aspectos de la lengua y nunca nos planteamos si son correctos o no. La gramática no es otra cosa que la reflexión sobre cómo está organizada, y cómo funciona una lengua. Y resulta que, nosotros pocas, poquísimas veces hacemos esa reflexión.

En palabras de Manuel Seco: La gramática nos transporta más allá de nuestra habla para mostrarnos el sistema o engranaje en que esta se mueve: la lengua. Y desgraciadamente, en nuestra habla cotidiana, a veces algunas piezas del engranaje están desajustadas o simplemente no están.

Las simpáticas antípodas

Vistas de Melbourne al otro lado del Río Yarra

Cuando Javi me dijo que tenía una oferta de trabajo para venir a trabajar a Melbourne, Australia, primero, no le creí, pero más adelante, cuando la propuesta se materializó y tuvimos los boletos de avión en la mano, comencé a pensar cómo sería ese lugar llamado Australia, tan desconocido para mí. La verdad es que no tenía muchas expectativas al respecto porque mi desconocimiento era tan profundo que no me daba para hacerme mucha idea de nada. De lo que no cabe duda es que lo que encontré aquí al llegar fue una ciudad 5 veces más grande de lo que había imaginado. Quizás es que me había acostumbrado a la vida de pueblo en Cambridge, o quizá se cumple la ley física de que a la distancia los objetos siempre parecen más pequeños. Pues bien, el caso es que tras un viaje de 24 horas con una corta escala en Dubai, aterrizamos en esta ciudad llamada Melbourne y aturdida aún por el jet lag (sí, es una disculpa anticipada) comencé a escribir esta «bitácora» de mis primeros días en esta gran ciudad….

Skydiving en St. Kilda Beach

BITÁCORA ESPACIAL DÍA 001
– Los nativos presentan conductas similares a los ingleses respecto al clima, visten shorts y chanclas a pesar del clima fresco y lluvioso.
– Los individuos son sospechosamente amables en los restaurantes y servicios en general ¿Será que hay que dejar propina? aún no lo sé.
– El conductor del taxi que nos recoge en el aeropuerto nos indica las dos grandes premisas para integrarnos con los Melbournianos: Escoge un equipo de fútbol (Aussie rules of course) y cómprate una buena barbacoa (en mexicano: brasero para asar carne). Más adelante, se desvía un poco de la ruta y hace una escala en el lugar donde tendremos que comprar las salchichas para la barbacoa, al parecer un dato muy importante a saber.

Una muestra de la alegría serbia en el festival cultural de Melbourne

BITÁCORA ESPACIAL DÍA 002
– En el centro de la ciudad el servicio de atención a los turistas es impartido por los ancianos. Es una idea genial ¿Quién con más tiempo, paciencia y sabiduría podría desempeñar mejor este trabajo?
– La comunidad Tailandesa y la Griega son gigantes. En especial el porcentaje de asiáticos viviendo en el territorio se nota claramente en el número de sushis, woks y noodles bars, etc, etc, que están por todas partes.
– ¡Cuidado con el tranvía! Viene por donde menos te imaginas.
– ¡Alegría! El agua se puede beber de la llave también y es dulcecita. Adiós al agua pesada, llena de cal de Inglaterra.
– Los Melbourianos presentan una clara tendencia a estar buenorros y tostaditos, tanto ellos como ellas visten camisetas de tirantes y shorts y los resultados del gimnasio y la vida de playa son evidentes. ¡Maldita sea! ¿es que voy a tener que inscribirme al gimnasio?

Port Melbourne

BITÁCORA ESPACIAL DÍA 003
– El sol en esta parte del planeta es abrasador. Alguna fuente no autorizada nos había advertido de esto antes de venir, pero aún así nos ofrecimos como sujetos de investigación y comprobamos en nuestra propia carne que 40 minutos bajo el sol Melbourniano pueden producir quemaduras tipo cangrejo, sobre todo en el güerejo de mi marido.
– Sabes que estás en una ciudad cosmopolita cuando vas a un restaurante italiano y te atiende un pakistaní, vas a un restaurante indio y te atiende un chino, vas a una panadería francesa y te atiende un griego y así sucesivamente hasta el infinito y con todas las combinaciones posibles.
– Los nativos presentan una tendencia visible al anarquismo. Una tarde fui a un café, me dijeron que cerraban a las 8, al día siguiente volví a las 7 y el sujeto estaba recogiendo. Pregunté ¿no cerraba usted a las ocho? Sí, me contestó pero es que hoy está muy tranquilo, así que me voy ya. El sujeto solo es una muestra aislada, pero parece ser una práctica usual entre los habitantes del territorio.

Un lindo ejemplar de la fauna local

… y bueno… después de casi 5 semanas algunas cosas me van pareciendo cada vez más normales (como siempre ocurre). Pero aún hay cosas que saben raro, que huelen raro o que tienen un aspecto diferente. Pero esa es la riqueza de conocer lugares nuevos, que las cosas cotidianas ahora te sacuden un poco los sentidos y el yogurt ya no sabe a lo que tu sabías que sabía.

Afortunadamente el balance de nuestros días en esta ciudad es bastante positivo. Como dijo un personaje local… «Melbourne is a long way from anywhere else. Thank God it’s a wonderful place to be» And I totally agree with him.