Ayer viernes fue mi último día de trabajo en una «prestigiosa empresa de transportes, líder en su sector» (a decir de la oferta de trabajo con la que ingresé) ampliamente desconocida y ubicada en el polígono industrial de Coslada (a decir de la que escribe), que partiendo de mi casa en Getafe quedaba más o menos a una hora y media de camino en transporte público: Un tren – otro tren – un autobús y el último trozo caminando.
Pues bien, tres horas diarias de camino durante año y medio dan para muchas historias, muchos trenes, muchas personas, muchos libros, muchos etcéteras. Pero haciendo un recuento de estos trayectos, lo más memorable quizá sea esa extraña relación que he forjado con una decena de desconocidos que me han acompañado en este viaje todas las mañanas.
Uno se levanta todos los días a la misma hora y toma el mismo tren a las ocho menos cuarto de la mañana. Uno se coloca estratégicamente en la mancha del suelo que indica el lugar exacto en el que se abrirá la puerta del exacto vagón que ha de parar exactamente junto a la escalera de la estación de atocha, porque exactamente a las ocho y diez debe subir las escaleras y cruzar al andén de la vía 3 para tomar el siguiente tren exactamente a las ocho y cuarto. No hay un segundo que perder, porque si no todas las conexiones se van al traste y termino perdiendo el autobús del polígono que solo pasa cada media hora.
Pero no estoy sola en este recorrido, somos muchos los que medimos los pasos, buscamos la puerta indicada, conocemos los asientos correctos y por qué lado se abren las puertas en cada estación. Entre nosotros nos conocemos, nos examinamos con una velocísima mirada, y como si fuéramos parte de una hermandad secreta pasamos de lado viéndonos a medias, haciendo a veces un imperceptible gesto de reconocimiento, pero nunca, nunca, nos saludamos.
Esta especie de convivencia pasiva me tiene intrigada. Porque he visto a esta gente un día tras otro. Los he visto cabecear, quedarse dormidos con la boca abierta, los he visto leer libros interesantes y periódicos gratuitos, los he visto enfermos, he oído la música que escapa de sus audífonos, los he visto desayunando plátanos y galletas, los he visto incluso sacándose los mocos y ellos me han visto a mi haciendo todo eso también. (no voy a negar lo de los mocos siquiera). ¿Podría decir que les conozco? ¿Podrían decir ellos que me conocen a mi? No lo se, en cierta forma creo que sí, la cuestión es que no se en qué forma y eso es lo que me tiene intrigada.
Cuando viajan en grupo es más sencillo, porque entonces las conversaciones te dan pistas sobre la vida y obra de cada uno, pero normalmente huyo de estos grupos porque son demasiado ruidosos para mi atontada y desmañanada cabeza. Prefiero la convivencia pacífica, desinteresada y contemplativa de los que nos vemos y nos ignoramos cada mañana, solo interrumpida de vez en cuando por algún politono mañanero que te da una nueva pista sobre la identidad secreta de esos individuos con los que compartes aire, espacio y tiempo. Los individuos con los que te apretujas a veces, incluso te tropiezas, pero nunca, nunca les diriges la palabra.
Adiós queridos desconocidos, a partir del próximo lunes tomaré otro tren y quién sabe si nos volveremos a ver.
Me encanta leerte!!!! Además de que siento que estoy disfrutando una rica charla de cafe contigo, tienes una manera de cautivar todos mis sentidos en tus relatos! Muchas gracias por darte el tiempo de compartir por aqui con los que aficionadamente te seguimos! Abrazos