Hace un año que vivo en Madrid y hace dos que pasé tres meses en esta misma casa de Getafe. Fue entonces cuando conocí al «loco Simansky»; entonces parecía una persona normal que simplemente hablaba el español con un poco de acento rumano. El hombre, un joven de unos treinta años, vino a pedirme muy amablemente que le hiciéramos el favor de guardarle su correspondencia pues al parecer aún tenía registradas sus cosas en ésta que había sido su casa. Cosa normal pensé yo, le suele pasar a cualquiera que se cambia de casa. Pero la cuestión es que dos años después de aquella visita, don Simansky sigue visitándonos asiduamente cada dos o tres semanas para recoger su correspondencia como si esto fuera una sucursal de correos.
De modo que cada vez fuimos menos amables y más cortantes con él pidiéndole que por favor cambiara sus datos donde los tuviera que cambiar y avisara a…. salubridad, refugiados del mundo, el círculo de lectura, el banco, su tia Gregoria Cerchenova, y a toda su larga lista de frecuentes emisarios que se había cambiado de casa. Pero nada, no entiende razones.
Nuestras teorías al respecto de esta situación son varias, pensamos que puede ser un fugitivo de la justicia o que quizás vive debajo de un puente, pero en este último caso no nos logramos explicar cómo está suscrito a tantas tonterías en las que hay que pagar.
Total que como ya no le quisimos dar sus cartitas la última vez que vino a pedirlas a media noche, nuestro amiguito optó por romper la chapa del buzón para así poder sacar sus cosas cuando le diera la gana. Como comprenderán tengo un encabronamiento mayúsculo, pero no tanto porque venga el hombre a darme la lata o porque allanara mi buzón, como por saber que ese individuo tiene más correspondencia que yo. Quizá tenga que empezar a suscribirme a círculos de cosas o hacerme amiga de un viejecito en otro continente porque ellos son ya los únicos que escriben (creo) de puño y letra y con timbres postales que se pegan con baba.
Toda esta historia me ha hecho pensar… ¡haaaaa que tiempos románticos aquellos en que uno tenía un novio en la guerra que le mandaba cartas!, ¡Qué tiempos en los que llegaban a los buzones algo más que estados de cuenta!, ¡Qué tiempos en los que uno tenía tiempo de escribir!, Ahora ya no podré morir tranquila sabiendo que no tengo epístolas para legar a la humanidad como cualquiera que se precie de ser gente importante y trascendente. Tendré que conformarme con este blogcito que algún día se habrán de comer los gusanos cibernéticos.
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